Una España desconectada

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El otro día estaba haciendo algo que deberían practicar los niños y niñas al menos media hora cada día, igual que la lectura. Estaba escuchando la radio. En un momento dado, una de las voces que salían por el aparato explicó que se había mudado a un pueblo pequeño para “desconectar”. Yo pensé, en primer lugar, qué suerte vivir donde uno quiere y no donde uno puede. Y en segundo lugar, y más importante, pensé en la desconexión. No escuchar coches al otro lado de la ventana, sirenas en medio de la noche, ni otros inconvenientes acústicos, atmosféricos o espaciales. Suena idílico.

Sin embargo, ancho es el campo (aproximadamente el 90% del territorio nacional) y en él existen muchos pueblos en los que la desconexión va más allá de esa bucólica imagen que la voz radiofónica estaba dibujando. En numerosos pueblos de todas las Comunidades Autónomas, sus habitantes están desconectados, además, de la cobertura de comunicaciones, del sistema sanitario y hasta del sistema educativo. Una España desconectada a la fuerza.

Vivir en alguno de estos municipios es casi un acto heroico. Sin cobertura, sin banda ancha, sin escuela, sin centro de salud, sin recursos para los mayores, sin cuartelillo de la Guardia Civil al que acudir en caso de emergencia… Esta es una desconexión que, estoy segura, pocas personas abrazarían con agrado.

Lo curioso de la falta de servicios esenciales en el mundo rural es que, a fin de cuentas, siempre afecta al mismo derecho básico, la educación. Ya no estamos hablando solo del cierre de escuelas rurales por el bajo número de niños, no. Aquí entran en juego muchos otros factores, como que la falta de centro sanitario o farmacia disuade a los profesores de establecerse en esos pueblos, por lo que existe mucha movilidad en las plantillas de profesorado y, con ella, se pierde calidad en el seguimiento y personalización de la enseñanza (precisamente uno de los puntos fuertes de las escuelas rurales). Lo mismo ocurre con la brecha digital o la distancia al cuartel más cercano, que pensamos en sus consecuencias directas pero que también las tiene indirectas y estas pueden ser incluso peores de lo que podríamos imaginar. Y es que al maestro del pueblo le afectan, por supuesto, las mismas carencias que al resto de vecinos.

Este aislamiento influye en todas las etapas, por supuesto, pero cuanto mayor es el nivel educativo peor lo pone. Posiblemente no podrás contar con ir al instituto en tu pueblo, pero ya ni sueñes con hacer algún curso de Formación Profesional, por ejemplo.

Desde nuestra organización detectamos ya hace mucho tiempo la importancia estratégica de la formación para nuestro país en general y para nuestro mundo rural en particular. Por un lado, porque es un arma importante contra el despoblamiento; ofrece alternativas a quienes quieran formarse y no fuerza a los estudiantes a trasladarse a núcleos urbanos, donde posiblemente serán asimilados por el mercado laboral y no retornarán a sus pueblos.

Por otro lado, porque combate directamente un problema estructural de España: la falta de personas con formación intermedia. En nuestro país tenemos un amplio porcentaje de población con estudios superiores, mucho mayor que en el resto de la Unión Europea. Lo que en un principio podría parecer un buen indicador supone en el fondo una trampa demográfica y social. Nuestra sociedad está sobrecualificada y, como es lógico, quienes no encuentran un puesto de trabajo acorde a sus expectativas optan por marcharse. Se produce así la emigración de talento, una pérdida de capital humano valiosísima que coincide, desgraciadamente, con la escasez de personal con educación intermedia.

Por estas razones, la apuesta por ofrecer formación a la población más allá de la Universidad debería considerarse como una cuestión estratégica para el avance del país. Para FADEMUR, lo es. Por eso, desde la Federación venimos impartiendo tanto formación no reglada como reglada. Es en este último apartado donde nos encontramos con trabas.

Dentro de la formación reglada FADEMUR imparte cursos para lograr el Certificado de Profesionalidad sin el que no se pueden desempeñar ciertos trabajos. Los cursos que impartimos están dentro de nichos estratégicos de empleo en cada zona. El problema está en que el espacio donde impartir estos cursos debe cumplir unas normas muy estrictas y que, en la mayoría de los casos, no atienden a la realidad del campo. Si tenemos profesores y alumnos para impartir un curso de estas características en un pueblo, es una tragedia que este no pueda celebrarse porque el único lugar posible es la sala multiusos o la casa de la cultura de turno que, obviamente, no fueron construidas pensando en cumplir las normas de homologación de aulas designadas desde Madrid.

Así que a nosotras, al igual que otros agentes que trabajan por el mundo rural, nos quedan dos opciones: dedicarnos el cuerpo y alma a los pueblos en los que sí podemos desempeñar estos cursos o luchar por poder desarrollarlos también en el resto de territorios. Nosotras decidimos elegir las dos opciones. De esta manera, ayudamos a muchas personas a obtener sus Certificados de Profesionalidad en sus pueblos sin tirar la toalla por el resto, reuniéndonos a todos los niveles y reclamando públicamente lo que es de justicia: una España que no se olvide de los pueblos.

  • Artículo de opinión firmado por Teresa López, presidenta de FADEMUR, publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía nº496 (febrero de 2019).

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