La mano que cuida, mujeres en el medio rural
¿Podrán las mujeres del medio rural plantearse hacer la huelga y llevar adelante sus reivindicaciones al no tener el reconocimiento adecuado? La decisión de parar en una huelga no es tan solo un asunto individual, sino que forma parte de un equilibrio donde grupo, reconocimiento e identidad son esenciales.
- Este texto fue publicado originalmente el día 5/03/2018 en el diario digital Apuntes de clase en los días previos a la gran manifestación del 8 de marzo. La autora ha autorizado su publicación en el Anuario 2019 Agricultura Familiar en España de la Fundación de Estudios Rurales.
- Galería de fotos de la huelga del 8 de marzo recopiladas por FADEMUR en pueblos de menos de 20.000 habitantes de toda España.
Lo reconozco: para mí es difícil escribir este pequeño artículo, y más en estos días llenos de manifiestos feministas y artículos escritos por mujeres hablando sobre la huelga del 8 de marzo. Es reconfortante ver cómo el feminismo va cogiendo fuerza y espacio, tomando voz y cuerpo, cómo vamos creando tejido y construyendo entre todas una casa donde poder dialogar y cobijarnos. Crecer juntas es más fácil cuando una tiene un lugar donde reconocerse y sentirse protegida, sabiendo que detrás de ella hay más manos y voces que la respaldarán y la ayudarán a continuar el camino a seguir.
Recuerdo un dato que descubrí en un artículo que escribimos desde la Cátedra de Ganadería Ecológica de la Universidad de Córdoba sobre la figura de la mujer en el campo: según datos de la Encuesta de Población Activa del INE, en 2013 el porcentaje de mujeres ocupadas en el sector de ganadería, silvicultura y pesca fue del 2,2 % del total de las mujeres oficialmente ocupadas en la España rural.
¿Solo un 2,2%? Me quedé sin palabras. ¿Qué país era el que conocía y cuál era el que reflejaba las estadísticas? ¿Dónde quedaban todas esas mujeres que se han dejado la vida y las manos en el campo? ¿Formaría parte mi abuela de ese 2,2%, con su pequeña huerta y sus gallinas, su balanza y sus botes de conserva, vendiendo sus verduras a precios simbólicos entre sus vecinas? ¿Y mi madre? ¿Aparecerían ahí, en esa cifra tan insignificante, el frío y las horas que pasaba trabajando de niña entre los olivos de montaña ayudando a mi abuelo a recoger la aceituna? ¿Y mis ganaderas?
No, no hablo de las mujeres con las que trabajo que son las que están al frente. Hablo de tantas y tantas mujeres que están ahí, a la sombra, que no aparecen como titular de la tierra, que no toman decisiones, pero que trabajan todos los días. Que “tienen tiempo” para preparar a los niños para ir a la escuela, dejar la casa hecha y la comida lista, lavadoras y carritos de la compra, y siguen “teniendo tiempo” después de los cuidados para ir al campo a ayudar al marido, al padre o al hermano en las tareas del día a día, sin ni siquiera, en la mayoría de los casos, compartir titularidad, y ya por supuesto sin estar contratadas. ¿Cómo sacamos a la luz esta realidad que no tiene cabida en las estadísticas? ¿Cómo podemos contarla? ¿Cómo podemos narrar esta dedicación desigual entre el trabajo doméstico y el cuidado de otros? ¿Cómo reconocer esta doble jornada de trabajo para la mujer, en un sistema en el que tanto el hombre como la mujer aportan fuerza de trabajo, pero en la mayoría de los casos son ellos los que controlan el poder de decisión y el resultado de la producción familiar?
Insisto: para mí es difícil escribir este artículo. Mí día a día se desarrolla y crece en el medio rural: mi trabajo no entiende de horarios ni espacios geográficos cerrados. Veréis, estoy trabajando en este texto un sábado a las ocho de la tarde, renunciando a mi día de descanso, dejando la lectura, el cine, la familia, o simplemente unas cervezas con mis amigas para “otra vez será”. Esta última frase que entrecomillo, reconozco que se está convirtiendo en una espiral infinita difícil de romper. Escribo cansada, mi yo trabajadora cultural sufre los horarios de mi trabajo de veterinaria de campo. Suelo levantarme entre las cinco y seis de la mañana de lunes a viernes, la mayoría de los días que salgo al campo no sé a qué hora regreso, y cuando llega la hora de escribir, estoy demasiado cansada para hacer real esta actividad.
Por otro lado, mi escritura no existiría ni se entendería sin el trabajo de campo, que ocupa tanto espacio y esfuerzo físico y emocional en mi vida. Debo reconocer que tengo suerte, incluso a veces me siento privilegiada por poder escribir en un mundo donde las tendencias de los medios se dictan desde oficinas que están siempre en grandes ciudades. Yo escribo desde los márgenes y tengo voz y espacio para reivindicar lo que hago y en lo que creo, a diferencia de la mayoría de mujeres del medio rural.
Hay días difíciles: mi yo escritora quiere rendirse, dejarse caer y dormir, solo dormir. Luego, al leer las noticias, siento que tengo que escribir, contar, dar voz, narrar, dar paso, porque en la mayoría de los casos no encuentro el mundo en el que me muevo reconocido en los medios. Estos días, para ilustrar los artículos sobre la mujer en el medio rural, se utiliza, habitualmente, fotografías de mujeres indias en campos de cultivo. ¿Dónde quedamos nosotras? ¿Cómo es posible que alguien piense que una imagen tan distante sea más representativa que cualquiera de nuestro territorio más cercano?
En mi cotidianidad estoy rodeada de mujeres maravillosas que tienen mucho que decir y que enseñar. Mujeres que cuidan nuestro medio rural y hacen posible el alimento y el territorio. Mujeres que con sus manos abren paso para un nuevo camino hacia la soberanía alimentaria. Campesinas, ganaderas, jornaleras, agricultoras, artesanas, pastoras…, mujeres a las que no veo en ningún manifiesto. Yo trabajo en ambos mundos, el cultural y el rural, que para mí se complementan e incluso se contradicen. Cuando me he parado a mirar lo que me rodea, cuando he aprendido a reconocerme, es cuando he sentido la falta de representación de las mujeres rurales, la necesidad de un reconocimiento justo que echo de menos cada 8 de marzo. Al entrar en redes veo voces del mundo de la cultura, manifiestos de mujeres periodistas, hecho con el que me siento representada, pero, sin embargo, siento que mi faceta de veterinaria queda huérfana en este conflicto. Muchas de estas mujeres del periodismo y la cultura podrán plantearse parar en la huelga feminista, porque se sienten respaldadas, agrupadas y reconocidas. ¿Podrán las mujeres del medio rural plantearse hacer la huelga y llevar adelante sus reivindicaciones al no tener el reconocimiento adecuado? La decisión de parar en una huelga no es tan solo un asunto individual, sino que forma parte de un equilibrio donde grupo, reconocimiento e identidad son esenciales.
Necesitamos un feminismo que sea de todas y para todas, que supere la brecha geográfica, que se atreva a salir del centro de las grandes ciudades, y que valga para las que tienen voz, pero sobre todo para las que carecen de ella. Un feminismo de hermanas y tierra.
María Sánchez nació en Córdoba en 1989. Es veterinaria de campo. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas y antologías. Colabora habitualmente en medios digitales y de papel sobre literatura, feminismo, ganadería extensiva y cultura y medio rural. Coordina el proyecto “Las entrañas del texto”, desde el que invita a reflexionar sobre el proceso de creación, y “Almáciga”, un pequeño vivero de palabras del medio rural de las diferentes lenguas de nuestro territorio. Colabora habitualmente en Carne Cruda Radio, con la sección “Notas de campo”, un diario sonoro desde los márgenes, lleno de historias, personas y animales que habitan y cuidan nuestro medio rural. Sus poemas han sido traducidos al francés, portugués y al inglés. Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017) es su primer poemario. Su último libro es Tierra de mujeres, una mirada íntima y familiar al mundo rural, un ensayo sobre mujeres y medio rural (editado por Seix Barral, 2019).