Las mujeres rurales somos mujeres a flor de piel
Suena el teléfono en la sede de FADEMUR y, como tantas otras veces, alguien al otro lado pregunta si conocemos a mujeres rurales que pueda entrevistar. Es algo habitual que se intensifica en torno a dos fechas: el 15 de octubre, Día Internacional de las Mujeres Rurales y el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres.
- Artículo de opinión de Teresa López López, presidenta de FADEMUR, publicado originalmente en Crónica Libre.
Vuelve a suceder algo habitual, la persona que ha llamado se sorprende cuando le hablamos de la compañera que ejerce de guía turística de estrellas, la que hace diseño gráfico o las que son Dj’s. Busca a una mujer rural “de verdad”, lo que para ella solo puede significar dos cosas, como mucho tres. Busca una mujer agricultora, una ganadera o una artesana.
En las mentes estrechas de aquellas personas que ignoran lo que existe más allá de los paisajes que ven desde la autovía, confunden ser rural con dedicarse a una profesión que en su mente también está tergiversada y, lo que es peor, completar la lista de sus prejuicios. Mujeres menos preparadas, que vivimos en el pueblo no por elección sino por resignación, sumisas, reaccionarias, rústicas en la peor de las acepciones de la RAE.
Pero yo, que viajo por los pueblos de la España interior y de costa, de norte a sur y tan al oeste como los de Canarias, y tan al este como los de Islas Baleares, creo que ese estereotipo es más difícil de ver que el lince ibérico. Con frecuencia me encuentro, sin embargo, con mujeres maravillosas, preparadísimas, audaces y modernas a la fuerza que consiguen sacar adelante sus proyectos o sus familias, o ambos, siempre con un ingenio con el que consiguen sortear los obstáculos que encuentran en el entorno que han elegido.
¿Qué es ser mujer rural?
Desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, se recoge que el medio rural ocupa el 84,5% del territorio de España, una superficie de más de 426.000 Km2. Son 6.694 municipios, el 83% del total. En ellos vive solo el 17,6% de la población total española, el 51% son hombres y el 49% mujeres.
La masculinización de la población rural es mayor según crece el grado de ruralidad. Además, es pronunciada en franjas en edad de trabajar. Sin embargo, las tornas cambian en los grupos de edad superior a los 65 años.
Las mujeres rurales están sobrecualificadas, más de 7 puntos por encima que los hombres entre los 35 y los 49 años y más de 14 entre las mujeres de 20 a 34 años. Sin embargo, esto no repercute en su acceso al trabajo. En el entorno laboral rural, poco dinámico y marcado por la segregación horizontal y vertical por razones de sexo, las mujeres soportan un 38,4% de tasa de inactividad frente al 15,1% de los hombres.
«Las mujeres rurales son más y más emprendedoras porque a veces, con un panorama así, construir el trabajo propio se convierte en la única salida»
Las mujeres rurales que sí trabajan tienen peores condiciones, sobrerrepresentadas en los ingresos entre 400 € y 1.000 €, en los contratos temporales, los fijos-discontinuos y en las jornadas parciales, mayoritariamente presentes en las posiciones inferiores de la jerarquía laboral. Además de ver mermado su crecimiento por fuertes techos de cristal, también están concentradas en el sector servicios, el cual emplea al 78,5% de las mujeres rurales que trabajan.
Las mujeres rurales son más y más emprendedoras porque a veces, con un panorama así, construir el trabajo propio se convierte en la única salida. Y a pesar de que el empresariado rural también es predominantemente masculino, ellas suponen el 23,8% de las y los trabajadores autónomos de los pueblos.
Las mujeres rurales tienen que ser ingeniosas puesto que, para su éxito profesional y personal, tienen que sortear obstáculos como la falta de transporte público, conexión a internet de calidad, servicios de atención a personas dependientes, centros educativos suficientes, servicios sanitarios de calidad u oferta de ocio y cultura. No obstante, estas carencias son tan importantes que en ocasiones condicionan la vida de las mujeres de manera brutal, limitando su acceso a trabajos o formación y dejando en sus manos las tareas de cuidados.
Sobre esto último, las mujeres de los pueblos dedican más tiempo al cuidado familiar que los hombres (un 60,64% frente a un 39,36%), al igual que invierten casi el triple de tiempo que ellos en realizar tareas domésticas (un 67,13% frente a un 32,87%).
«Un relato extendido considera ésta una violencia doméstica, en un intento de hacerla ordinaria e íntima y, por tanto, frecuente y privada»
A pesar de su increíble fortaleza, las mujeres rurales son más vulnerables a la violencia machista en un entorno en el que, lamentablemente en demasiadas ocasiones, un relato extendido considera ésta una violencia doméstica, en un intento de hacerla ordinaria e íntima y, por tanto, frecuente y privada. Esto encontramos en FADEMUR al realizar un estudio sobre esta lacra (el mayor en nuestro país hasta la fecha). También nos reveló que en los pueblos las relaciones de maltrato se prolongan más que en las ciudades, y en todo ello tiene mucho que ver, además de los estereotipos, la menor disponibilidad de recursos de atención y ayuda.
El 8M rural
En definitiva, las mujeres rurales somos mujeres a flor de piel, con una sensibilidad moldeada por la conexión con la tierra y la dependencia del entorno, preparadas pero marcadas por la discriminación laboral, pioneras en muchos campos que todavía nos son vetados y responsables con nuestras comunidades, pero muy hartas de ser superheroínas modernas.
«Somos mujeres a flor de piel, con una sensibilidad moldeada por la conexión con la tierra y la dependencia del entorno, preparadas pero marcadas por la discriminación laboral, pioneras en muchos campos»
Este hartazgo es el que hace que el 8 de marzo no pase desapercibido en los pueblos. Al igual que en los núcleos urbanos, las mujeres reivindicamos nuestro papel en ellos y mejoras de la situación que ya he descrito a través de cuotas de participación en la esfera pública y privada, de más atención y recursos para luchar contra la violencia machista en los pueblos, del trabajo de todos los Gobiernos por facilitar la titularidad compartida de las explotaciones y llevar a pie de campo la primera Política Agraria Común feminista que hemos conseguido y que regula la producción y el desarrollo rural. También la profesionalización de los cuidados, que las mujeres que los ejerzan obtengan una remuneración y vean reconocidos sus derechos, a la vez que dé garantías de que los servicios llegan a las y los habitantes de los pueblos.
No son peticiones nuevas. Hemos pedido con fuerza que todas ellas estén recogidas en el Estatuto de las Mujeres Rurales que venimos reclamando, un documento que nos ampare a las mujeres independientemente de la región en la que esté situado nuestro pueblo. Un esfuerzo trasversal que implique a toda la sociedad, la misma que, día a día, se nutre de la fuerza de las mujeres rurales.